En la aceptación de que no hay principio ni final en el recorrido que me ha sido designado transitar, tomo y retengo un instante en su simplicidad y, en su totalidad en su máxima belleza. Percibo cómo la tierra recibe y agradece las hojas que caen unas sobre otras formando un manto amarillento, parduzco y rojizo, que la ilumina y protege. El viento disfruta su incesante juego entre ellas meciéndolas con suavidad en una danza que las entrelaza en una singular Sinfonía Otoñal. En mi Mundo Fantástico las hojas se despliegan y muestran su esencia sin ningún esfuerzo. No necesitan hacerlo porque , en su opacidad y en su luminosidad: SON.